También dicen asumir que Argentina no está ajena a esa crisis.
Sin embargo, sobran las pezuñas de una vaca para encontrar gestos de responsabilidad y de grandeza en la inmensa mayoría de los integrantes del variopinto arco opositor.
La actividad política para ellos se reduce a dos cuestiones: debilitar lo más posible “a los Kirchner” (es decir, al gobierno electo por el pueblo), sea como sea y sin importar el precio que ello represente, y competir especulativamente entre opositores para ver quien queda mejor posicionado para capitalizar ese desgaste.
Carrió vive corriendo su límite ético hacia aquí y hacia allá según las conveniencias del día a día. Solá se alía con los que no lo dejaban gobernar y de un día para el otro parece descubrir todas las “miserias” de un gobierno que lo tuvo entre sus principales referentes. A Macri basta verlo gobernar para comprender como extraña los años noventa. De Narváez medra con el dolor de las víctimas de la inseguridad y menea un mapa trucho del delito que no sirve para nada. Reutemann se refugia en su provincia trayéndonos a la memoria el andar sinuoso y la mirada corta de Estanislao López. Duhalde teje sus conspiraciones y hasta se banca que sus marionetas se ruboricen y lo nieguen cuando lo nombran. Chiche está empantanada en el odio: odia a Néstor, odia a Cristina, odia a Lilita… Odia.
Los dirigentes del campo van al paro como si la crisis no existiera y pretenden convencernos de que Biolcatti es un niño inocente y sin experiencia que no sabía que hacía cuando se reunía a negociar con el gobierno. De ninguno de ellos se ha escuchado una valoración razonable de las medidas tomadas para afrontar la crisis. Tampoco están dispuestos a reconocer que gobiernos de distintos países, antes y después, han tomado medidas similares. En la mayoría de los países centrales ha habido blanqueo de capitales, en China comienzan a ensayar propuestas de canje similares a las nuestras destinadas a incentivar el consumo y la mayoría de los países redescubren a Keynes para intentar escapar del monstruo financiero que crearon y ahora no saben como controlar. La mayoría de nuestra oposición está ausente de este debate, descaradamente huérfana de propuestas. Sólo palos, chicanas y ninguneos.
Es tal la ferocidad, que la mesura de otros dirigentes opositores (como el gobernador Hermes Binner, el ex ministro Roberto Lavagna o los legisladores del SI), parece fuera de foco entre tanto griterío.
Alcanzar el poder o defender intereses y privilegios parece no tener precio. Sin ideas, parecen condenados a creer que el derrumbe del país es el único camino que podría abrirles la puerta a sus deseos.
Está claro que este gobierno ha cometido errores. Pero no puede desconocerse que esta Argentina no tiene nada que ver con la de los noventa, que tenemos una justicia independiente y que se ha revalorizado el rol del Parlamento, que estamos discutiendo como sostener el crecimiento y no como seguir achicando y destruyendo el país y que, luego del más feroz paro del que nuestra democracia tenga memoria, cuando la 125 fue derrotada en el Congreso, la presidenta no se escapó en helicóptero ni el gobierno se derrumbó: se siguió trabajando, cada vez con más participación del Congreso, para sostener un cambio en el que está en juego el presente y el futuro de la inmensa mayoría de los argentinos.
No aportaremos a superar esta crisis si no estamos dispuestos a deponer egoísmos y poner el hombro. Ningún opositor será alternativa valiosa apostando al derrumbe del modelo de crecimiento. La inmensa mayoría de los argentinos que día a día procuran seguir progresando desde su trabajo no se merecen dirigentes que ejercen su vocación de poder apostando al desastre y la miseria.